Anayola Admin
Cantidad de envíos : 5588 Fecha de inscripción : 21/08/2009 Localización : Florencia - Caqueta - Colombia
| Tema: A solas con la sombra Sáb Dic 05, 2009 1:44 pm | |
| [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]A solas con la sombra
I - Presagios de la ausencia
La savia a dentelladas.
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“La tala indiscriminada provoca la pérdida de áreas de boscosas nativas y de especies vegetales y animales.”
Tiempo habrá de llorar, cuando la ausencia... Quizás cuando la arena, los guijarros... Quizás cuando murciélagos tiznados oculten con sus alas de ceniza las lámparas patéticas del alba. Nada quedará entonces del asombro, de ese esperma salvaje donde el polen enciende sus mejillas enlunadas ni quebrará con verdes alminares la horizontalidad de los crepúsculos hollando el corazón de la distancia... Sólo andarán cortejos de tinieblas sepultando las fauces codiciosas que asediaron raíces sin amarras, tendieron emboscadas a la vida y, en la complicidad de los silencios, mutilaron la savia a dentelladas. Capítulo II - Rituales de desidia
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Tibieza como sangre.
“El comercio de pieles de animales esconde un increíble grado de crueldad para con los animales que se utilizan.”
Afuera anda un rocío despiadado que cabalga a la grupa de la nocherestallando sus látigos rebeldes. Su baba oxida insomnios de veletas y muerde sin descanso entre las sombras los tejados azules del invierno. Detrás de querubines a bolillo, la calle eriza ruegos vegetales en una ceremonia de ramajes que agonizan de frío bajo el cielo. Arrebujadas en despojos tibios desfilan las fragancias extranjeras, las trenzas de oro fino, las alhajas, las sonrisas distantes y perfectas. Sobre las pieles largamente blancas la luna cuelga filos de puñales mientras, en los abismos de su muerte, el llanto amordazado de la especie estremece la entraña del silencio. La vida empalizada
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“Mientras muchos zoológicos aseguran estar preocupados por el estado general de los animales que viven en sus recintos, continúan siendo prisiones para aquellos que no han cometido ningún crimen, excepto pertenecer a la especie equivocada.”
Una urdimbre de redes impiadosas confina los rugidos maniatados... Allí comienza el feudo de la muerte. El reino que parió la sexta luna cuando aún la distancia era peñasco y el silencio sopló sobre la tierra para engendrar, con ecos de rocío, el linaje unigénito del barro. Ése que alza una vida empalizada por capturar los ojos amarillos, el elástico paso como sombra, la tensión de los músculos metálicos... A sabiendas que nadie roba el viento, que la pereza hipócrita no basta para la sed de sangre palpitante que se agazapa en la raíz del odio hasta estallar en los colmillos ávidos. Ése que corta cielos y horizontes con tijeras de orgullo envilecido, el que de tanto entretejer alambres no recuerda el reverso de la trama... mientras mira el refugio del que mira a través de un rectángulo oxidado.
Las arterias del agua.
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“Los grandes ríos que reciben efluentes urbanos industriales o tienen contacto y contigüidad con depósitos de basura, están contaminados en su recorrido urbano, aguas abajo y en una franja de ancho variable que acompaña la costa.”
Aquellas que nacieron transparentes entre intersticios de guijarro y luna, aquellas que rompieron las compuertas, que huyeron por marañas de raíces, por cauces donde el musgo no abarcaba la gravidez azul de su cintura, aquellas que mis ojos descubrieron como una gota viva, o una lágrima, como un pétalo de agua en la espesura, que ruedan desde alturas imantadas, que deshojan su canto solitario en las ásperas pieles del planeta con la luz bautismal de su liturgia... son las mismas arterias que agonizan aquí, junto a tu puerta, en este río, envilecidas hasta la locura… las mismas que, borrachas de inmundicia, mueren de repulsión entre la espuma.
Violines turbulentos.
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“La contaminación sonora implica la introducción de ruidos o vibraciones en niveles que produzcan alteraciones o molestias, o que resulten perjudiciales para la salud.”
Una espira trepando a la demencia, consumiendo racimos de mordazas con sus dientes de páramo y delirio nos hace prisioneros de contiendas donde un coro diabólico desangra la textura final de los violines... y una estridencia, cruel como ninguna, estalla en los umbrales de los siglos. Entonces, turbulentos decibeles rasgan cada membrana del misterio con filos de aguijones fugitivos... escalan, giran, arden, se consumen, para nacer después, cíclicamente, desde el útero negro del aullido. Y ya no queda tiempo ni siquiera para escuchar las dríadas del alma morir de soledad en los abismos.
Saltos hacia el infierno.
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“A muchos de los osos se les retiran los dientes y las garras o se les coloca aparatosos bozales. El entrenamiento de los osos incluye tocarlos con varas que transmiten descargas eléctricas y así obligarlos a que obedezcan y realicen los divertidos trucos.”
¿Dónde quedó la luz del horizonte, los latidos del hambre en las entrañas? ¿Dónde los matorrales, el acecho, la distancia, las grupas sudorosas, el sabor de la sangre entre los dientes, el estertor final, los ojos ciegos? ¿Dónde quedó su libertad hirsuta? ¿Dónde el lenguaje de mordisco y uñas con qué la primavera habló a su celo y el jadeo desnudo de su instinto multiplicando cópulas salvajes sobre la ardiente piel de la sabana agobiada de ocasos polvorientos? Su mundo es esta arena degradada, este acre aroma a herrumbre y excrementos, el chasquido de látigos agudos azuzando sus torpes acrobacias hacia el abismo circular del fuego y esa visión de cuellos delicados... y esa cólera insomne y sumergida que estremece la urdimbre de la noche con bramidos furiosos e insurrectos.
Colmillos al acecho.
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“La caza no puede ser considerada un deporte pues los animales no participan voluntariamente ni están en igualdad de condiciones.”
Cuando perfila vértices el llanto en úteros noctívagos de luna, soledades de musgos ateridos sofocan el sonido de los pasos... y manadas de hienas tenebrosas observan con codicia la inocencia extraviada en las pieles del cansancio. No gime el viento su advertencia oscura ni quebranta pupilas el follaje y desde madrigueras desvalidas inquietudes de vísceras insomnes olfatean distancias y presagios. El peligro está aquí, lo sabe el miedo, lo desnuda el instinto desgreñado. Es un reptar de escamas, un crujido amotinando sombras y relámpagos. Por latitudes de estertores ciegos, con sus hordas de muertes implacables, anda el hijo del hombre, amo del tiempo, señor de los colmillos emboscados.
Crepúsculo de escamas.
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“La misteriosa mortandad de peces deja en evidencia el riego aéreo de agroquímicos y herbicidas en las zonas agrícolas del área, gran contaminante de los cauces fluviales.”
Desde los huecos despojados, yermos, donde la ausencia es un temblor solemne que sofocan los dedos del oxígeno y amortaja el silencio de la costa miran con ojos secos su horizonte de espumas pestilentes, migratorias... mientras naufraga el día en los sauzales bajo esa latitud de cielo herido unánime de estrellas... y de sombras. Se desgajan en agrias agonías sin detenerse a elaborar la muerte sobre el perfil de sus escamas rotas... y en el pecho mugriento de la arena, cautivos de su tiempo amortajado, abdican para siempre a la memoria adelgazando frágiles secretos en su región de máscaras remotas.
Tempestad con silencio.
“La contaminación radiactiva representa un peligro único debido a la extrema longevidad de los contaminantes, cuya vida media puede ser de hasta cientos de años.”
El humo vertical profana el cielo con la trama siniestra de su encaje hacia el útero negro, hacia el eclipse donde el semen nuclear engendra llagas y sigilos de muertes miserables. La nube es impiadosa, es envolvente, es cúpula de ampollas emboscadas creciendo en los baldíos de la sangre, aquelarre de fuegos embrujados arrojando en marmitas malolientes el desnudo poder de sus rituales. La nube tiene un hambre que no cesa, la nube esta sedienta, como el aire. A su paso, centurias de mentiras -amazonas guerreras de la sombra- cabalgan en jumentos espectrales mientras la nube, henchida y tormentosa, abre babeantes morros de ceniza y clava dientes sucios a la tarde.
Venenos entre dalias.
“Muchos barriles ya explotaron, diseminando miles de libras del tóxico por el suelo y el aire. Se detecta un olor fuerte al mismo y el agua de los pozos de la zona sale con color amarillo.”
Cautivas en letargos de hojalata, orugas de tinieblas, entre el óxido, regurgitan los vahos enfermizos que brotaron de cuencos calcinados y nutrieron fatídicos calostros. Ocultas por mentiras camufladas, transmutando en crisálidas sin rostro, es posible escuchar como desuellan las membranas resecas del capullo, como escorza el silencio, en el silencio, las alas negras, los siniestros ojos. Y cuando las vigilias ya no puedan custodiar el linaje de los días, cuando no logre el agua ni la arena contener los sacrílegos despojos, florecerán las dalias amarillas bajo un cielo de esperas agrietadas y un enjambre de trompas malolientes libará, en ellas, su dolor agónico.
Dagas entre las sombras.
“Todas las pilas contienen una cantidad determinada de metales pesados, como el cadmio, el mercurio y el plomo, que representan un peligro potencial para la salud de las personas y para la conservación del medio ambiente.”
Encapsuladas en desnudos cuencos, casi lámparas mudas, casi ausencia, esconden sus caderas con herrumbre en ovarios de espantos desdentados, en vientres mutilados por tinieblas. Desde la sombra, crueles, ponzoñosas, con clandestinas dagas hechiceras, rasgan las telarañas del sollozo, amenazan, vigilan, muerden, tiemblan, horadan, amotinan su veneno bajo el naufragio vertical del musgo y la fatiga azul de las estrellas. Yermas como cenizas coaguladas, sus uñas atraviesan las fronteras, ascienden hasta el tiempo del conjuro, hasta la latitud de cada náusea, hasta la impunidad y la insolencia. Y aún destilan su mosto corrosivo, su llovizna de muerte, su memoria, en el hueco de sucias calaveras.
Navegar sobre el cieno.
“Los animales presentan una marcada disminución de su temperatura corporal, bajo peso y variables grados de deshidratación. Esto se debe a que el petróleo se adhiere a las plumas de todo su cuerpo, rompe su tramado natural y les hace perder su natural impermeabilidad.”
Y por si fuera poco, la desidia, y aquel escorzo de bajel sombrío quebrando las atávicas espumas con el perfil desnudo de su quilla. Por las sendas heladas y marítimas, como un nuevo Holandés Errante, estéril, habitando espirales infinitas. Su proa tiene ausencia de gaviotas, el mascarón los labios espectrales que balbucean muertes repetidas, y las jarcias crujiendo en la borrasca navegan horizontes sin ocaso hacia la soledad de la península. Mil aristas hambrientas, aguzadas, horadaron plumajes a la vida cuando, sobre la sed de los pedruscos, hunde, el dolor, espadas de ceniza...
Rituales en la arena.
“Haciendo caso omiso a los esfuerzos de los ecologistas, que intentaban devolverla al océano, la ballena se obstinó en su destino suicida...” ¿Qué arcángeles rompieron sin clarines el tiempo de las crías enlunadas? ¿Qué arena concluyendo, qué clepsidras detuvieron su libertad magnánima y arrojaron al hueco de la noche las convexas fatigas del destino a encender agonías en las playas? ¿Qué jinetes de sombra, apocalípticos, cercenaron los sellos primordiales con los bordes sangrantes de sus dagas? ¿Por qué razón encallan los crepúsculos, en los eclipses de ojos desdichados, así como las quillas del olvido contra arrecifes de memorias largas? Sólo la sal quebrada en las rompientes conoce de los místicos rituales, sólo la soledad de las espumas saben del holocausto, el fuego, el ara.
Mutilar la ternura.
"Grupos de hombres con el agua ensangrentada a la cintura se dedican a matar uno a uno a los ejemplares atrapados utilizando hachas, lanzas, garfios y cuchillos que se hunden una y otra vez en el cuerpo de los cetáceos que tratan, desesperadamente, de escapar a su destino."
Escucha: sus asombros se debaten en el naufragio absurdo de la muerte mientras clava el acero sus puñales en conjuros de tala envilecida, mientras desgaja silbos entre espumas, mientras estalla en furias de intemperie. Nadie sabe por qué, nadie lo sabe, nadie comprende el odio tumefacto que incita a los arpones clandestinos a mutilar con brillos de relámpagos su ternura enigmática y paciente, ni hacia dónde se exilia la tristeza como una azul fatiga resignada habitando el letargo de sus fiebres. A través de las olas, los delfines, tributan indefensos corazones a la violencia aguda de los vértices, y descalzan sus cantos malheridos, e interrogan al cielo irrevocable con ojos de tinieblas inocentes.
Desnudas pestilencias.
“Las grandes industrias arrojan sus desechos al río, haciendo caso omiso a los convenios…”
En las tinajas vivas de los ríos, los ríos de inquietudes y crecientes, de distancias, de múltiples ocasos, negras vulvas de acero han desovado sus aullidos de muertes en racimo. Y anda un secreto sucio entre los juncos encendiendo una espera de neblinas… y escamas pestilentes cenagosas flotando sobre olvidos infinitos. Y hay códigos de estragos, de vergüenzas, desandando por huellas de humo ciego su condena de fiebres y martirios, y ejércitos de lunas aceitosas, y coros de monedas, y concilios de máscaras falaces que perfilan en el légamo cóncavo del cauce -como un reino de lutos rigurosos- la extenuada verdad de su exterminio.
El paquete de harapos.
“Así como los residuos orgánicos son fácilmente desintegrados por la tierra, los inorgánicos (envases plásticos, bolsas de polietileno) tardarán más de doscientos años en iniciar ese proceso…”
En las negras gargantas de la tierra ya nada queda de su esencia antigua sino la soledad de sus estambres… sino la forma bella, el artificio, el material moldeado por las manos mostrando eternamente en la intemperie esqueletos de plásticos disfraces. Y allí, bajo la lluvia sediciosa con que cae el aceite en las clepsidras y el tiempo deshabita sus edades y desarrolla el alba los contornos donde concluyen ángulos la sombra y despiertan los náufragos del hambre, él exhibe por cálices prolijos sus desnudas tinajas fantasmales. Privado de la vida para siempre. Privado de la muerte. Condenado a soportar su estirpe indestructible con vergüenza de olvidos en la sangre.
Capítulo III -Testigos de la furia
La entraña desollada.
“La tierra está muriendo. Que nadie se sienta exento de culpa…”
Quiero quedarme a solas con la pena, a solas con mi enjambre de cerrojos libando su presagio en los capullos. Quedarme aprisionada entre los párpados por no ver sembradíos de osamentas blanqueando sobre el páramo desnudo, por no ver tanta historia desollada fecundando metáforas de muerte cuando desciñe polen el crepúsculo. Porque heredé este gesto interminable, esta condena, esta demencia amarga, esta saña de códices absurdos. Porque fui sentenciada a la vigilia, a desandar mi longitud de culpa, a asumir cada luna masacrada que sepultan los pétalos del humo y a deshilar mi contrición tardía en la rueca infinita donde el tiempo degrada las urdimbres de los mundos.
Por la lepra del aire
“Sobre las ciudades se puede observar una bóveda de aire irrespirable al que los técnicos llaman material particulado…”
Anda un andrajo oscuro que insolenta la piel del desamparo irreversible clavando sus espuelas mercenarias en los ijares secos de los soles, que cabalga en un potro de cenizas, sobre un jamelgo agónico, indigente, de belfos sucios, de ojos homicidas y cascos extenuados de horizontes. No deja más que llagas a su paso, nada más que plegarias ampolladas, nada más que leprosos mascarones, nada más que un olvido perentorio horadando las hojas de los fresnos con sus garúas breves y salobres. Ante su luz se funda la matanza. Y trinos derribados de gorriones nos asfixian con hilos de relámpagos desde las sombras agrias de la noche.
Puertas ante el abismo.
“La destrucción de la capa de ozono es uno de los problemas ambientales más graves que debemos enfrentar hoy día. Podría ser responsable de millones de casos de cáncer de la piel a nivel mundial.”
Supimos que el ozono estaba herido cuando las finas dagas extranjeras decapitaron goznes y cerrojos en los estrictos huecos de las grietas, cuando trepó su grito acantilado por las gradas oscuras del aullido hasta formar espléndidas corolas, ampollas de la luz recién abiertas. Así fue que en las altas soledades cargó el guerrero rojo sus aljabas y sobrevino el tiempo de las flechas, que pústulas de extrañas agonías taladraron la piel de los terrones desnucando sus pálidas vergüenzas. Así fue que, entre el fuego huracanado, la muerte alzó su sombra irreverente, su nombre de destruidas azucenas y los huesos, como hojas en otoño, derivaron los cauces de la luna, extraviaron el rumbo de sus huellas.
Espirales de muerte.
"La devastación forestal está transformando el planeta en un desierto, aumentando la proporción de anhídrido carbónico en la atmósfera…”
Aquí, sumida en mi dolor, escribo la crónica de muertes merecidas, cuando aún despeña el cielo, en el crepúsculo, esa leyenda urgente y obcecada, esa furia de heladas amatistas. Porque en las espesuras insondables los hombres engendraron, con sus hachas, el desnudo poder de la codicia. Y vestimos sayales de presagios pero ninguno defendió los sueños cuando exhibió sus zarpas erizadas el espantajo cruel de la fatiga. Entonces, las colmenas de la madre, custodias de humedades repetidas, negaron su edredón de hierbas suaves, su esencia de raíces, sus secretos, su calostro de cielo y golondrina… hasta encrespar las mieles de su sangre en torrentes de eclipses homicidas.
El refugio perdido.
“El insaciable apetito humano devora los recursos naturales y deja, tras de sí, territorios yermos…” Porque la esfinge reveló su enigma cuando la luz agónica del día, embriagada de muertes taciturnas, estalló en remolinos de cebollas y en vasijas de negros desamparos, los torpes legatarios de las lágrimas bebimos los narcóticos del miedo cumpliendo los rituales de las sombras. E invocamos el nombre de los dioses y ofrecimos la sangre en holocausto y cercenada por cuchillos negros la contrición fue un páramo amarillo presumiendo destierros de amapolas. Mientras tanto, las puertas se cerraron. Sólo una orografía nauseabunda, sólo orillas de brumas cenicientas ofrecieron refugio a la memoria. Porque el tiempo del hombre era intemperie, el horizonte un hecho consumado y el destino, zurcir en los telares urdimbres de leyendas andrajosas. La furia sin amarras.
“…el calor derretirá los hielos y el mar avanzará sobre la tierra…” No quiero recordar aquel silencio, vaticinio de ausencias sin amarras, el aroma de arcilla envilecida atisbando con garras impacientes aquel temblor astuto en la espesura piafando sobre estrías y hojarascas, aquellos, los esquivos inventarios aislados en demencias de torrentes. No quiero recordar, porque, en el lodo, han varado las gárgolas heridas por el feroz olvido de la muerte. Porque el agua invadió las sementeras saqueando, palmo a palmo, cada sueño, mordisqueando la tierra con sus dientes. Porque aún puedo escuchar, si me propongo, un bramido aluvial, de toro en celo, ahogando las azules geografías bajo sus largas lenguas envolventes.
El útero del trueno.
“…la Madre derramará su cólera de fuego por los ojos de todos los volcanes…” Ciegos ovarios de terrones ciegos expulsaron la cólera compacta, los secos estertores sediciosos. Después se oyó el sonido espiralado como anillos de muerte amenazante girando en sus ausencias sin retorno, creció entre las raíces del subsuelo y ascendió por callejas verticales hasta las altas torres del asombro. Era el advenimiento de los truenos. Los ávidos abismos, malheridos, parieron muchedumbre de cerrojos, recorrieron con olas crepitantes los muslos calcinados de las piedras y, prisioneros del dolor, ardieron en fogatas de coágulos furiosos. Porque ya no había sitio para el hombre, porque un insomnio sucio y homicida había establecido, para siempre, la arquitectura espesa de sus odios.
Desarraigar las hierbas. “…un gran viento de escarcha encarnizada asolará las hierbas…”
El hueco de la noche era ese reino donde mi llanto seco se expatriaba para no ver demonios en la bruma, para no oír los débiles siseos con que las hierbas duras y obstinadas reptaban hacia un sol que no existía, hacia un cielo que no procreaba lluvias. Y en el ciego refugio de los miedos olí el odio del viento, que gritaba, que encendía sus iras circulares, que expulsaba las hojas, una a una, que estallaba en su lúgubre vehemencia como una enredadera desbocada sofocando los cauces de la savia y asesinando el sueño de las frutas, que trizaba el silencio, que mordía, que avasallaba pétalos inermes y nombraba la muerte en la espesura.
Cicatrices cautivas.
Todo vibró. En ese instante oscuro el miedo fue una pausa entre dos soles. Creció después desnudo y andrajoso hasta quemar el cerco de mordazas con su antorcha de cóleras insomnes. Era el tiempo del odio, la venganza, el delirio final de los infiernos parido por los truenos de la noche. Eran huellas de estrías desnucadas fundando la memoria del ultraje sobre la piel sin piel del horizonte. Era la longitud de los aullidos encrespando su asombro encaramado, asolando a sangrientas dentelladas la mansedumbre azul de los terrones. Y cuando la trompeta hirió la urdimbre, sólo la soledad de la ceniza se derramó como un sayal de luna sobre muslos saciados de aguijones.
Capítulo IV - Espirales de vida
Endechas circulares.
“…las estrellas y los planetas se habrán extinguido. Sólo habrá un mar de radiación con agujeros negros…”
Sólo ruinas desnudas, sólo ruinas, sólo deshabitados territorios y un aura de enlutados semilunios. Su alfabeto de silbos maldicientes masculla el viento como furia ciega abriendo nuevas grietas en los muros. Ya no hay hombres ni plazos ni memoria. La tierra se ha negado a las raíces, ha caído de bruces la esperanza en el puntual olvido de los surcos. Sin la complicidad de las almenas esta azul soledad, desde el tejado, suple el grito agorero de los búhos. Cumpliendo un protocolo antropofágico el hombre enseñoreó sobre la ausencia, transmigró a las edades de la sombra, decapitó el vacío, empinó el humo. Y en su vaso de muerte derramada se bebió, hasta el final, todo el crepúsculo.
Renacimiento. “…y por fin la materia dejará de existir…”
Trepa sobre tinieblas en asedio el hambre vertical de la ceniza devorando muñones insepultos. Nada queda, excepto este secreto que horada con sus báculos insomnes la médula gastada de los mundos. Pero… aguarda… ¿no escuchas en la noche un suspiro de germen sedicioso reptando entre follajes nauseabundos? ¿No es esa gota sucia de rocío la promesa incesante de la vida prisionera en oráculos de musgo? ¿No presientes un vuelo, una paloma, una rama de olivo desgajada asumiendo estatura de tributo? ¿No adviertes una sombra alucinada, un vértigo en la orilla del olvido despeñando otra vez a los espejos tu linaje de légamo desnudo?
estraido de la red.......... | |
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