[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Nadie asistió a su entierro y nadie preguntó por él. Antes de que lo encontraran tirado en el piso de una plaza, publicó un aviso fúnebre que desató la investigación de Zeta que te alerta que hoy en Tucumán hay quienes mueren de pena y nadie siquiera lo nota.
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Dentro del cajón yacía un hombre de 67 años que murió soltero, sin descendencia, parientes, ni amigos conocidos. No le habían encontrado, siquiera, una enfermedad que lo acompañara al cajón. Recibió una sepultura católica, pero, debido a la lluvia intensa, el Padre Barragán no pudo salir de su casa y los empleados del cementerio de La Paz, en Yerba Buena, tuvieron que enterrarlo sin que nadie lo llorara ni lo recordara. Lo único que lo acompañó al cajón fue un recorte de un aviso fúnebre, publicado en el diario La Gaceta, con fecha del día anterior. El anciano tenía el papelito doblado con prolijidad dentro del bolsillo interior del saco marrón, el mismo que usaba cuando murió y que también llevó a la tumba porque nadie apareció para cambiarle las prendas.
Lo encontraron muerto de casualidad. Podría haber permanecido sin signos vitales días
y noches, sentado en el banco de la plaza del barrio Viajantes, con la espalda curva,
volteada hacia delante, el codo apoyado en la rodilla y la mano sobre la frente.
Nadie hubiera diferenciado si estaba vivo o muerto: Jamás hablaba, jamás saludaba,
jamás miraba. Nadie sabía cuándo llegaba ni cuando se iba. Siempre estaba ahí, y a su
lado, ese perro sucio y perezoso, que una vez mordió a una de las niñas que viven
en la calle Perú cuando volvía de la escuela.
El martes, un pelotazo lo tumbó del banco y los chicos se acercaron temerosos a
buscar la pelota. Cuando uno de ellos la agarró, todos corrieron a sus casas. El hombre
quedó en el piso, y el cuerpo se interpuso en el camino del barrendero de la plaza,
Martín Galván. Fue él quien llamó a la ambulancia.
Los médicos no encontraron la causa de su muerte. O por lo menos no se esforzaron
en hacerlo. Indicaron, nada más y nada menos, que se le detuvo el corazón:
- Causa natural, dijo, casi al pasar, Migliori, el médico pediatra del hospital Carrillo,
cuando se paró frente al cadáver. Luego, sin lamentos y apurado, fue a atender los
bebés que lloraban a gritos.
Nadie reclamó por el hombre. Y nadie notó su ausencia.
La investigación periodística que acabo de terminar determina que Antonio
Alfredo Abaco, de nombre desconocido para el Estado y por ende enterrado
como NN, no murió de causa natural, como dijo el médico que tenía prisa.
Ábaco murió de pena. Y estos son los datos que he obtenido y que sostienen mi argumento.
* Abaco amó a una sola mujer en su vida, a la maestra María Luisa Terranova.
La amó durante años. La amó en silencio. Nunca se lo dijo. Se paraba todos los días
frente a la escuela Mate de Luna para verla pasar. La vio irse sola, entre los niños de
delantal blanco, con un cuaderno apretado al pecho. Luego, la vio acompañada de un hombre que la buscaba a la salida y esperaba junto a ella el colectivo. La vio pasar embarazada
una vez, y luego otra. La vio irse apurada bajo la lluvia y sin paraguas. La vio irse
acalorada en verano y abrigada en invierno. La vio y notó que caminaba cada vez más lento.
Y un día, luego de mirarla 17 años, la maestra, su único amor, no volvió a aparecer.
* En su infancia, Antonio Abaco nunca jugó al fútbol, no porque fuera mal jugador, sino
porque nadie lo eligió en su equipo. Tampoco jugó a las escondidas, y no porque no
supiera esconderse, sino porque nadie lo buscaba. Abaco no aprendió a escribir ni a leer
porque no tenía quién leyera sus primeras palabras, ni quien le dedicara unas líneas. No lloró bien porque su llanto no se escuchaba. Y cuando intentó reír no supo cómo hacerlo.
*Cuando era joven y ya mendigo, Abaco fue sorprendido una noche por la policía durante la última dictadura cívico militar argentina. Lo subieron a un camión y lo tiraron en Catamarca, la provincia vecina. El gobernador de facto, el genocida Antonio Domingo Bussi, pensaba que su presencia ensuciaba la ciudad.
*La semana previa a su muerte Abaco se emborrachó con vino barato. Se quedó dormido en el suelo hasta que la policía lo recogió. Lo subieron en la parte trasera de la camioneta y lo requisaron antes de encerrarlo en el calabozo. Estuvo preso hasta que se le pasó la macha. Cuando salió pidió que le devolvieran sus pertenencias. Le entregaron los cordones de las zapatillas, un pedazo de cuero que usaba de billetera y unas monedas. Preguntó por una fotografía que tenía entre sus trapos. Era una imagen de su madre. Le dijeron que ellos no la tenían. Abaco se enfureció e insultó al cielo. Recibió un golpe y lo encerraron tres días más.
* La única mascota que tuvo Abaco era conocida en el barrio como Dana. Era una perra
sucia, perezosa y sin dueño que lo acompañaba en el banco de la plaza. No ladraba, ni
gruñía. Un día, las niñas que vivían en la calle Perú volvían de la escuela y, sin querer,
una de ellas la pisó. El animal respondió con una mordida y la nena lloró hasta llegar a
su casa. Su hermano llamó a sus amigos y decidieron alimentar la perra con una cena
mortífera: carne mezclada con vidrio molido. Dana murió esa noche al desangrarse por
dentro, cerca del banco de la plaza. Cuando Abaco la vio muerta metió la mano en el
bolsillo y contó unos pesos. Luego caminó hasta la avenida Aconquija. Con lo que juntó
pagó un aviso fúnebre de dos líneas. Cuando la mujer que le tomó el pedido le preguntó el apellido de la difunta, Abaco no supo más que contestar el suyo. Dana Abaco, dijo. Al día siguiente cuando volvió a la plaza, en completa soledad, murió de pena.
Encontrado en la red...desconozco su autor me gusto y lo traigo para todos.